Las epidemias de fiebre amarilla en la provincia de Buenos Aires tuvieron lugar en los años 1852, 1858, 1870 y 1871, siendo esta última una catástrofe que mató aproximadamente al 8% de los porteños; en una ciudad donde el índice de fallecimientos diarios no llegaba a 20 hubo días en los que murieron más de 500 personas. Habría provenido de Asunción del Paraguay, al traerla los soldados argentinos que regresaban de la Guerra de la Triple Alianza, habiéndose propagado previamente en la ciudad de Corrientes. En su peor momento, la población porteña se redujo a la tercera parte, debido al éxodo de quienes la abandonaban buscando escapar del flagelo.
En 1871 convivían en Buenos Aires el Gobierno Nacional, presidido por Domingo Faustino Sarmiento, el de la Provincia de Buenos Aires, representado por Emilio Castro, y un gobierno municipal presidido por Narciso Martínez de Hoz.
La ciudad, situada en una llanura, no tenía ningún sistema de drenaje ni agua corriente. Era muy precaria en lo sanitario y existían muchos focos infecciosos, por ejemplo, los conventillos carentes de normas de higiene elementales, generalmente con inmigrantes pobres venidos de Europa o gente de raza negra, hacinados en ellos; el Riachuelo, convertido en sumidero de aguas servidas y de desperdicios arrojados por los saladeros y mataderos situados en sus costas. Dado que se carecía de un sistema de cloacas, los desechos humanos acababan en los pozos negros, que terminaban contaminando las napas de agua y en consecuencia a los pozos de agua, que eran una de las dos principales fuentes del vital elemento para la mayoría de la población. La otra fuente era el Río de la Plata, del cual se extraía el agua por medio de carros aguateros, sin ningún proceso para sanearla. Estas fueron algunas de las principales causas de la propagación de esta enfermedad, transmitida por el mosquito Aedes aegypti.
El 27 de enero de 1871 se conocieron tres casos de fiebre amarilla en Buenos Aires, ocurridos en el barrio de San Telmo. A partir de esa fecha se registraron cada vez más casos. La Comisión Municipal, presidida por Narciso Martínez de Hoz, desoyó las advertencias de los doctores Tamini, Larrosa y Montes de Oca sobre la presencia de un brote epidémico, y no dio a publicidad los casos. La polémica creció y llegó a los diarios.
Mientras tanto la Municipalidad trabajaba intensamente preparando los festejos oficiales del carnaval. A fines de febrero el doctor Eduardo Wilde aseguró que se estaba en presencia de un brote febril, el 22 de febrero se registran 10 casos; e hizo desalojar algunas manzanas, pero los festejos de carnaval entretenían demasiado a la población como para escuchar su advertencia.
El mes de febrero terminó con un registro de 300 casos en total, y el mes de marzo comenzó con más de 40 muertes diarias, llegando a 100 el día 6, todas consecuencia de la fiebre. La peste ahora azotaba también a los barrios aristocráticos. Se prohibieron los bailes. Una tercera parte de los ciudadanos decidió abandonar la ciudad. El 4 de marzo el diario "La Tribuna" comentaba que las calles por la noche eran tan sombrías que "verdaderamente parece que el terrible flagelo hubiese arrasado con todos sus habitantes".
El hospital General de Hombres, el General de Mujeres, el Hospital Italiano y la Casa de Expósitos (Casa Cuna) se vieron desbordados. Se crearon entonces otros centros de emergencia como el Lazareto de San Roque (actual Hospital Ramos Mejía) y se alquilaron otros privados.
El puerto fue puesto en cuarentena y las provincias limítrofes impidieron el ingreso de personas y mercaderías procedentes de Buenos Aires.
El municipio fue incapaz de sobrellevar la situación y debido a esto el 13 de marzo, gracias a una campaña periodística iniciada por Evaristo Carriego, miles de vecinos se congregaron en la Plaza de la Victoria (actual Plaza de Mayo) para designar una comisión popular de salud pública. Entre otras funciones la comisión se encargaba de echar a la calle a aquellos que vivían en lugares afectados por la plaga, y en algunos casos se mandaba a quemar sus pertenencias.
La situación era aún más trágica cuando los desalojados eran inmigrantes humildes que aún no hablaban bien el español, y por lo tanto no entendían el porqué de tales medidas.
En cuanto a la población negra, al vivir en condiciones miserables, resultó muy castigada por la peste. Además, se cuenta que el ejército cercó las zonas en las que vivían y no les permitió emigrar hacia el Barrio Norte, donde los blancos se establecieron escapando de la epidemia. Murieron masivamente y fueron sepultados en fosas comunes.
A mediados de mes los muertos eran más de 150 por día, y llegaron a 200 el 20 de marzo. Entre las víctimas se contaban Luis J. de la Peña, educador y ex ministro de Urquiza, el ex diputado Juan Agustín García, el doctor Ventura Bosch, y el pintor Franklin Rawson. El presidente Sarmiento y su vice, Adolfo Alsina, abandonaron la ciudad.
Mientras autoridades nacionales y provinciales huían de la Ciudad, el clero secular y regular permaneció en sus puestos, conforme su mandato evangélico, asistiendo en sus domicilios a enfermos y moribundos o cerrando sus establecimientos de enseñanza las hermanas de caridad para trabajar en los hospitales, algo silenciado por los cronistas de la época adscriptos al anticlericalismo.
Las parroquias recibían los médicos a los enfermos y funcionaban las Comisiones Populares Parroquiales, el sacerdote por disposiciones municipales estaba obligado a expedir las licencias para sepulturas, previa presentación del certificado médico, todo ello sumaba al cumplimento de sus deberes evangélicos.
La ciudad tenía solamente 40 coches fúnebres y los ataúdes se apilaban en las esquinas a la espera de que coches con recorrido fijo los transportasen. Debido a la gran demanda, se sumaron los coches de plaza, que cobraban tarifas excesivas. El mismo problema con los precios se dio con los medicamentos, que en verdad poco servían como para aliviar los síntomas. Como eran cada vez más los muertos, y entre ellos se contaban los carpinteros,por lo que dejaron de fabricarse los ataúdes de madera para comenzar a envolverse los cadáveres en trapos. Por otra parte, los carros de basura se incorporaron al servicio fúnebre y se inauguraron fosas colectivas.
El cementerio del Sur, situado donde actualmente se encuentra el Parque Ameghino, vio colmada su capacidad. El gobierno municipal adquirió entonces siete hectáreas en la Chacarita de los Colegiales y creo un nuevo cementerio que se trasladaría en 1886 al actual de la Chacarita. El 4 de abril fallecieron 400 enfermos, y el administrador de dicho cementerio, informó a los miembros de la Comisión Popular que tenía 630 cadáveres sin sepultar, además de otros que había encontrado por el camino, y que 12 de sus sepultureros habían muerto. Fue entonces cuando los caballeros Héctor Varela, Carlos Guido Spano, y Manuel Bilbao, entre otros, tomaron la decisión de oficiar de enterradores y al hacerlo rescataron de la fosa común a algunas personas que aún manifestaban signos de vida, entre ellas una francesa lujosamente vestida.
El 9, 10, y 11 de abril se registraron más de 500 defunciones diarias, siendo el día 10 el del pico máximo de la epidemia, con 583 muertes, cuando el promedio diario normal de muertes antes de la epidemia era de apenas veinte individuos.
El Ferrocarril Oeste de Buenos Aires extendió una línea a lo largo de la Avenida Corrientes hasta ese cementerio, inaugurando así el llamado tren de la muerte, que realizaba dos viajes diarios sólo para transportar cadáveres.
En la mencionada fecha del pico de muertes, el 10 de abril, los gobiernos Nacional y Provincial decretaron feriado hasta fin de mes.
La cifra comenzó entonces a descender, ayudada además por los primeros fríos del invierno, hasta llegar a 89, pero a fin de mes se produjo un nuevo pico de 161, probablemente provocado por el regreso de algunos de los autoevacuados, lo cual condujo a su vez a una nueva huida. El mes terminó con un saldo de 8.000 muertos.
Los decesos disminuyeron en mayo, a mediados de ese mes la ciudad recuperó su actividad normal, y el día 20 la comisión dio por finalizada su misión. El 2 de junio ya no se registró ningún caso.
Un Monumento levantado en el Parque Florentino Ameghino recuerda a las víctimas, allí se encontraba la administración del cementerio sur.
1871 Epidemia fiebre amarilla en Buenos Aire